RetroCrítica: ‘Agila’ (1996), el espabile de Extremoduro

Con motivo del 25 aniversario del lanzamiento de ‘Agila’ (23 de febrero de 1996), reseñamos el disco que coronó a Extremoduro y el primero que contó con la producción de Iñaki 'Uoho' Antón.

«Espabila» es la traducción literal del castúo (dialecto tradicional extremeño) de Agila. Este fue el título que eligió Robe Iniesta para el título del sexto trabajo de estudio de Extremoduro. Y, la verdad, es innegable que ‘Agila’ es un punto de inflexión en su discografía. Recoge todo lo bueno de sus trabajos anteriores, con la sabiduría cosechada en su colosal predecesor, Pedrá (1995); y apunta a todo lo bueno que vendrá años después.

¿Qué cambió en Agila? Principalmente la incorporación de Iñaki ‘Uoho’ Antón como productor y arreglista. Es impensable que Extremoduro hubiera grabado una canción tan refinada en arreglos y contundente en producción como «So Payaso» sin Uoho de por medio. Probablemente es la canción que mejor se ha ajustado, aún sin pretenderlo, al gusto de las masas. Cabe recordar que Robe había jurado en arameo sobre el sonido y la falta de recursos de casi todas sus grabaciones anteriores. Eso no volvería a ocurrir desde que Iñaki se convirtiera en su mano derecha, creciendo también la experiencia de éste como productor en los trabajos de Extremoduro.

El disco se rige por una suerte de salvajismo poético que no deja de ser el sello de Robe Iniesta y que encuentra su culmen en Agila. Lo poético es propio y ajeno, ya que Robe muestra sus influencias líricas nada más empezar el disco con los versos de «Por Tierras de España» (Campos de Castilla) de Antonio Machado en «Buscando Una Luna». Este comienzo semi-acústico del disco, los cambios de tempo y el protagonismo del saxo ya indican que en Agila (1996) se van a explorar nuevos territorios.

La crudeza romántica vuelve con «Prometeo» que Uoho enlaza sutilmente con «Sucede», donde como en «Cabezabajo», ya se atisba que ese salvajismo poético de Robe se va a ir empapando cada vez más de una esencia metafísica, sin abandonar la garra de las guitarras y el desgarro de su voz trasnochada. El viaje íntimo de la locura se desata a partir de «El Día de la Bestia» y sigue con la espídica «Tomás», que junto con «La Carrera» demuestran una vez más la capacidad de Robe de generar personajes callejeros como protagonistas de sus canciones. Por si no hubiera suficiente vesania llega la hora de Albert Pla en «¡Qué sonrisa tan rara!», con una de las letras más disparatadas y originales de la historia del rock. «Correcaminos ¡Estate al loro!» tampoco se queda atrás.

Agila no decae en su recta final, el disco mantiene un nivel asombroso en sus trece cortes, con una sonoridad característica pero sin resultar redundante. «Ábreme el pecho y registra» es seguramente una de las grandes olvidadas de este álbum a pesar de la rotundidad y honestidad brutal. Junto con el peculiar vals «Todos Me Dicen» y la versión de «Me Estoy Quitando» (con Fito a la guitarra) de los malagueños Tabletom firman un cierre de disco de lo más ecléctico.

Se fueron Gillespie, Zappa, Mercury y Camarón, y nos sentimos mejor cuando llegó Robe Iniesta. Seguramente no tenga la capacidad musical o interpretativa de ninguno de los anteriores, pero es genuino y genial a partes igual, y tiene una creatividad lírica inigualable que, además, ha sabido reinventar con los años.

Más de Miguel Ángel Hdez. M.

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