Crítica – ‘Mayéutica’ de Robe

Crítica de ‘Mayéutica’ el sorprendente nuevo disco de Robe, una continuación de 'La Ley Innata' de Extremoduro, con un sonido mucho más contundente que sus anteriores trabajos en solitario.

La mayor cualidad de Robe es que siempre ha hecho lo que le ha dado la gana. Es un ser creativo inquieto, un artista con todas las letras. Eso no quiere decir que cada cosa que firma sea la octava maravilla, por mucho que cuente con un amplio séquito de palmeros en la opinión pública y musical. Tampoco tiene él la culpa de que algunos le aplaudan hasta cuando estornuda. Si uno escucha Mayéutica (El Dromedario Records, 2021) con cierto oído y criterio musical se percatará de que no es el mejor trabajo de la carrera de Robe Iniesta (algo ciertamente complicado), y ni siquiera de su trayectoria en solitario, cuyo disco debut, Lo que Aletea en Nuestras Cabezas (2015), fue extraordinario. Otros decidirán postrarse en cuánto lean la R, la O, la B y la E de la portada. Pero repito, de eso no tiene la culpa Robe Iniesta.

Viendo el arte del disco, Robe parece dar a entender que Mayéutica mantiene el concepto estructural de La Ley Innata (2008) con el Hombre de Vitruvio de Da Vinci, y remite a un sonido más crudo y rockero de trabajos anteriores de Extremoduro como Yo, Minoría Absoluta (2002), con esa portada de Robe caracterizado como Jesucristo. Además, el propio libreto contiene la siguiente explicación:

Mayéutica es una canción concebida como una sola obra que consta de cuatro movimientos. Comienza con un interludio, que la enlaza con La Ley Innata, y acaba con una coda sin final

Robe en el libreto de Mayeúticca

El «Interludio» inicial presenta, tras el pizzicato de violín y los armónicos de la guitarra de Woody Amores, la misma melodía que Iñaki ‘Uoho’ Antón compuso para el comienzo de «Dulce Introducción al Caos». En este caso en el violín de Carlitos Pérez en lugar de en la guitarra, y con alguna variación. Primera referencia a La Ley Innata. La segunda referencia aparecerá en lo lírico: «se cae la casa desde que se marchó, perdí la pista del eje del salón», versos que ya aparecían en el tramo final del colosal «Segundo movimiento: Lo de fuera». «Interludio» es el corte más delicado del disco y el que más casa con los trabajos anteriores de Robe. Con esa misma delicadeza comienza el «Primer movimiento: Después de la catarsis», que rompe tras el primer minuto y medio con una guitarra con altas dosis de distorsión y un sonido estridente y sugestivo del violín.

En el comienzo de «Primer movimiento: Después de la catarsis», el efecto violín de la guitarra (técnica que simula el efecto de los instrumentos de cuerda frotada subiendo el volumen de la guitarra progresivamente y tocando la nota de forma simultánea), da cuenta de la desconsideración de arreglos externos en todo el álbum. Sorprende que, a pesar de su excelente capacidad técnica, el motivo melódico inicial del violín sea excesivamente simplón; un motivo que aparecerá minutos después tanto en la guitarra como en el piano, y también en el tercer movimiento de Mayéutica, acentuando ese sentido de obra unitaria. Uno de los puntos fuertes del álbum es la excelente e impecable concatenación de los cortes, manteniendo esa catarsis inicial, muchas veces con los solos de guitarra como nexo.

La artillería pesada llega con el que fue el adelanto del álbum, «Segundo movimiento: Mierda de Filosofía», un corte conciso y contundente, cuyo posicionamiento en el disco es un acierto, sobre todo teniendo en cuenta la duración de las dos canciones siguientes. Llegamos al «Tercer movimiento: Un instante de luz», que aún con diez minutos de duración no es la canción más larga del disco. Venimos del Robe más áspero, más duro, con esa voz carraspeada, y vamos al Robe más tierno, con un timbre vocal más agudo y melodioso. El vertiginoso interludio instrumental que se desarrolla a partir del minuto 2.30 es de lo más brillante del álbum.

Si bien el estribillo de este tercer movimiento parece un canto tribunero de estadio de fútbol con el «Ahora, ahora, ahora, es el momento…», se intercala con pasajes de mucha variedad estilística con una naturalidad virtuosa. Entre ellos destacan la síncopa del puente reggae a mitad del tema, o la sonata mozartiana del tramo final. De ahí que Robe sea el gran prócer del rock de nuestro país; su inquietud y su afán de sorprender con algo nuevo son inagotables. Los músicos que le acompañan tienen un papel vital en esto, pero también hay que atreverse a insertar un pasaje de piano propio del clasicismo y un break reggae en una pieza rock que lleva tu firma.

Mayéutica peca de exceso en la concesión de protagonismo a la guitarra eléctrica, y gana cuando este protagonismo es cedido a instrumentos menos propios del género como el violín. Esto se aprecia en los casi quince minutos del «Cuarto Movimiento: Yo no soy el dueño de mis emociones», el corte más extenso del álbum, y gracias a ese equilibrio instrumental, el mejor resuelto estructuralmente. La guitarra aporta la contundencia y las constantes punzantes líneas del violín la deriva emocional de la pieza. Hay tiempo para realzar el papel del bajo del virtuoso David Lerman, las dinámicas baterías de Alber Fuentes y las camaleónicas teclas de Álvaro Rodríguez. En lo lírico, algunos versos de este cuarto movimiento están conectados con el interludio inicial. La «Coda final» termina de constatar que en Mayéutica hemos encontrado al Robe más romántico hasta la fecha, sin dejar de lado sus propios códigos y su particular estilo, pero quizá si con versos más explícitos de los habitual y dejando a un lado el desamor y la catástrofe sentimental.

El disco se fundamenta en dos conceptos: continuación de La Ley Innata y obra única separada en distintos movimientos. El segundo concepto funciona de manera impecable, el primero no tanto. La sombra de La Ley Innata de Extremoduro es muy alargada, y tal referente solo nos lleva a un agravio comparativo en el que Mayéutica sale damnificado. No porque Mayéutica no sea un disco excelente, sino porque La Ley Innata es una obra maestra, el mejor disco de la historia de la música de nuestro país. Robe trabajó mucho en él y se encontraba especialmente inspirado, firmando los mejores versos de su carrera, pero también donde Iñaki invirtió muchas horas, tanto en el trabajo de guitarras, como en la producción y los arreglos. Por no hablar de las excelentes líneas de Colino al bajo y las soberbias baterías de Cantera.

Si a un cocinero se le juzga por el partido que le saca a la materia prima de la que dispone a la hora de elaborar un plato, en Mayéutica, Robe no ha exprimido al cien por cien los recursos musicales que le brindan los músicos que conforman su banda. El multinstruimentista David Lerman queda ciertamente desaprovechado al no poder sumar su saxo o su clarinete a las composiciones. También, quizá era la oportunidad de ceder alguna línea principal de voz, aunque fuera llanamente melódica, sin letra, a la garganta de Loren y contar con otra tesitura vocal. Por otro lado, presenta una «alegre sobredosis» de solos de guitarra, intachables si, pero sobredosis. Con las fortalezas y debilidades que ello conlleva, Mayéutica parece un disco concebido desde y para el directo. No hay arreglos ajenos a los integrantes de la banda de Robe y la contundencia de cada corte pronostica conciertos eufóricos y catárticos.

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