Crónica del concierto de Kutxi Romero en Madrid

Kutxi Romero llenó dos noches consecutivas el Teatro EDP Gran Vía en formato acústico. Interpretó canciones de su disco en solitario, versiones de referentes y algún tema poco habitual de Marea, y el público terminó rendido a su lírica.

El rock parece estar fuera de contexto en los teatros en nuestro país. Rara vez entra en los auditorios, y cuando lo hace es adaptado a un formato menos feroz. Kutxi Romero llenó (distancia de seguridad mediante) dos noches seguidas en el Teatro EDP Gran Vía de Madrid en una presentación acústica de canciones propias y ajenas. No fue un concierto de rock and roll, ni pretendió serlo más que por la esencia que desprende el propio Kutxi, fue un concierto de canciones: cuatro acordes y letras de un poeta que profesa el rock.

Acompañado por las guitarras de Juanito Lorente y ‘el Pete’ salió Kutxi a escena. Con mascarillas y un metro para cerciorarse, con sorna, de que cumplían con la distancia de seguridad, ocuparon el escenario con sus tres guitarras, sus tres sillas plegables y sus tres cubatas; los únicos con derecho a beber en el teatro. Arrancaron con esa presentación de influencias plagada de referencias y genialidad que es «Vengo del Mercado». No, no remite al mercado de su pueblo, remite a su adorado Rosendo Mercado. ‘Vengo del Enrique (Villarreal, El Drogas), del Roberto (Iniesta) / de las canas del (Rosendo) Mercado.’ reza el estribillo de Kutxi a su santísima trinidad del rock and roll. Las alusiones directas e indirectas en «Vengo del Mercado» a otros referentes poéticos del navarro como Lorca o Miguel Hernández no quedan ahí, pero el texto tiene tal riqueza que desganarlo merece un artículo entero.

A lo largo del concierto, Kutxi Romero interpretó al completo el que hasta el momento es su único trabajo de estudio en solitario, el eminentemente acústico No soy de Nadie (Warner, 2016). Sonaron, aún más desnudas que en el álbum, «Del martillo al agua», «Mierda en las tripas», «La sangre llega hasta el cielo» o «Malnacido». Kutxi aprovechó el contexto teatral para introducir anécdotas (no sabemos si reales o inventadas) sobre ciertas canciones, como la inspiración de «Corazón equino» en la escena de El Padrino, el encuentro con su vecino chino en «El año del conejo» o que a «Nicotina y alquitrán» le llaman ‘la de Bunbury’, a pesar de que, según Kutxi, nunca ha escuchado sus canciones porque los discos de éste no traen el CD, solo la caja con las fotos del zaragozano con su rifle en la puerta del rancho (en una clara alusión a la portada de Hellville De Luxe).

Entre las canciones de No Soy de Nadie, el músico navarro no se olvidó de los músicos nacionales por los que muestra más querencia. La primera versión fue «Respirar» de Aurora Beltrán, y varios temas después «Azulejo Frío» de El Drogas. También hubo tiempo para intercalar alguna canción de Marea, como «Los mismos clavos» en una versión menos rumbera, y «Ciudad de los Gitanos» (una referencia más a Lorca) y «Pan Duro» justo antes de los bises. No todo en el espectro musical de Kutxi es rock urbano y lo demostró con las versiones de «Aunque Tú No lo Sepas» (escrita por Quique González y cedida a Enrique Urquijo de Los Secretos) y la excelsa «El Sitio de Mi Recreo» de Antonio Vega. Para cerrar el concierto invitó al periodista musical Kike Babas al escenario (con el que recientemente ha publicado un libro epistolar) para cantar al alimón la delicada «No me beses en la boca». El broche final fue la, en palabras de Kutxi, ‘mejor canción de rok and roll jamás escrita’: «¡Qué Desilusión!» de Leño.

Ahora que cualquier moñada plasmada con palabras descolocadas en un tercio de página se denomina ‘poema’, es exasperante ver que figuras con el dominio lírico de Kutxi Romero, Robe Iniesta o Enrique Villarreal siguen en una escena underground y solo son considerados poetas por los seguidores de su música. El líder de Marea tiene esa capacidad innata para llenar el escenario (no solo por físico imponente) con su sola presencia. Pero eso no basta para brindar casi dos horas de recital. Desde luego, tampoco son suficientes los seis acordes contados que Kutxi conoce. Sin embargo, el público sucumbe a la poética sin parangón de sus canciones, y aunque los medios o las cúpulas intelectuales dde este país no le den bola, el que se para a escucharlo lo sabe: el rock and roll puede ser poesía…»¡Qué desilusión!».

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