Crítica ‘Rough and Rowdy Ways’ de Bob Dylan

Crítica del último disco de Bob Dylan, 'Rough and Rowdy Ways', el regreso del trovador de Duluth galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2016.

En el relato preciso, remite a la referencia idónea y la integra en la narrativa de la canción como el prestidigitador saca el conejo de la chistera y gana el aplauso del respetable. Dylan es el ilusionista de la canción como género. El mejor que tenemos, y muy probablemente, el mejor que tendremos nunca. Consigue meter a Anna Frank, Indiana Jones y The Rolling Stones en una misma referencia y que todo ello tenga sentido (en «I Contain Multitudes»). Es capaz de insertar en el oyente la imagen que genera el relato, como si de una novela llevada al cine se tratara. Rough and Rowdy Ways no es un disco imprescindible, pero es un trabajo necesario.

Los tres adelantos que degustamos de Rough and Rowdy Ways representan los tres tipos de canciones que encontramos en el álbum. El modelo «I Contain Multitudes»: medios tiempos acústicos, canciones reposadas de duración estándar, donde Dylan prácticamente es un recitador y lo instrumental cede toda notoriedad. El segundo molde sería el de «False Prophet», un blues clásico, con un Dylan que se arranca y logra sonar añejo y auténtico sin parecer anticuado. «Murder Most Foul» sería el tercer tipo de canción, composiciones de desarrollo largo (17 minutos en este caso), donde la instrumentación, inteligentemente, toma más protagonismo para no resultar monótono y plano al oyente.

Se asocian a «I Contain Multitudes»: «Black Rider», «Mother of Muses», «My own version of you», «I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You». Con el troquel blues de «False Prophet» encajan «Goodbye Jimmy Reed» y «Crossing the Rubicon». Y los temas de largo desarrollo con estructura rapsódica «Murder Most Foul» y «Key West (Philosopher Pirate)» conforman la traca final.

Rough and Rowdy Ways otorga a la voz de Dylan un protagonismo propio de los grandes crooners. Bob no es un cantante melódico. Su cantar es el de los poetas que recitan sus versos con la rítmica de la métrica. Le suma el melodismo del cantante trasnochado, de un artista de (casi) 80 años que se muestra fresco sin desprenderse de la piedra filosofal de la canción americana.

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