No es una cuestión económica, no depende estrictamente del poder adquisitivo. Está condicionado por la educación, la formación y la posibilidad de acceder a la cultura que nos haya brindado nuestro entorno a lo largo de nuestra vida; lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu denomina el habitus.
Este habitus determina nuestro gusto, nuestros intereses culturales o materiales y nuestras inquietudes; y sin embargo, poco puede hacer el individuo por determinar su habitus. No elegimos la familia ni el lugar en el que nacemos, cuando somos niños y adolescentes no seleccionamos nuestras amistades (más bien nos juntamos con quien podemos); nuestro periodo formativo, el que seguramente nos condicione para el resto de nuestra existencia, es un devenir caprichoso, una sucesión de acontecimientos azarosos.
Bourdieu define el habitus como el segmento de clase en el que hemos nacido, crecido y nos hemos educado. Irremediablemente, y de manera inconsciente, nuestras capacidades, nuestras expectativas y nuestro comportamiento van a verse supeditadas a la clase de la que procedemos.
¿Cómo pretendemos que un niño de las fabelas de Río de Janeiro (por poner un ejemplo popular) conozca la música de Bach, la literatura de García Márquez o el teatro de Bertolt Brecht? Muy probablemente su habitus le niegue toda posibilidad. Seguramente le lleve conocer con mayor facilidad el hurto, el tráfico de drogas, la muerte o incluso el fútbol, y seguramente nunca llegue a concebir las dos primeras como algo malo, sino simplemente como un medio de supervivencia.
El niño de las fabelas ha asumido su realidad como los campesinos y vasallos asumieron que nunca serían señores feudales. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿en qué se diferencia exactamente nuestra sociedad de la sociedad medieval? seguimos viviendo en departamentos estancos, clases sociales prácticamente herméticas, donde los de arriba no quieren que los de abajo suban, y los de abajo no tienen los medios para escalar.
Bourdieu afirma, basándose en datos estadísticos, que la cultura, como lleva ocurriendo desde hace siglos, no es algo al alcance de cualquiera, sino que queda reservada a una determinada clase social (realeza, señores feudales, aristocracia, burguesía, grandes empresarios…). Lo más desalentador, según el propio Bourdieu, es que esta privación del acceso a la cultura ha quedado ya normalizada por la sociedad.
Y claro, si un niño dispone a diario de un profesor de violín en su casa, y va todos los fines de semana al Teatro Real, sus valores estéticos y su formación cultural va a ser más elevada que la de un niño al que lo más extraordinario que le pueden ofrecer sus progenitores es un menú de Burger King. No porque sea especialmente barato, sino porque es lo que ellos han conocido durante toda su vida como algo extraordinario dentro de su habitus.
He aquí el gran problema: no todos los individuos tienen una formación estética, pero si todos los individuos están incitados al consumismo, a gastar sus recursos en necesidades materiales generadas por la sociedad. La ignorancia estética y la necesidad de consumo conforman un cóctel fatídico, pero beneficioso para los grandes poderes económicos. Un individuo sin cultura es un individuo sin pensamiento propio; es un individuo al que le puedes vender la idea de que comprarse un pantalón cada seis meses porque las modas cambian (solas además, sin nadie que lo promueva [léase la ironía]) le va a aportar más que comprarse una obra que lleva vigente medio siglo.
El hecho de darle valoración artística a un artefacto cultural depende únicamente del propio individuo y de sus valores estéticos. Sin una formación estética, ¿quién puede entender el arte? El niño que nace en una casa sin libros es un niño mudo, un niño en una casa sin discos es un niño sordo, un niño en una casa sin películas es un niño ciego.
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